lunes, 5 de julio de 2010

PREPARAR LA REPÚBLICA DE CATALUÑA ESPAÑOLA


A la minoría (14 por ciento) que vota por la independencia de Cataluña no se le ocurre ni siquiera plantearse que, cuando su sueño se haga realidad, porque se está haciendo poco a poco, se dará de bruces con la realidad. Con esta terca realidad.
Los independentistas habrán pasado de las políticas visionarias que se manejan entre la élite y la oligarquía a tener que gestionar una realidad muy distinta a su fe. Y me temo que, como esta realidad social no se adecua a sus propósitos, su 'encaje' (término que ahora les encanta) será conflictivo. ¿Cómo 'encajar' a una ciudadanía catalana que no es como se idealizaba en los elevados círculos del poder? ¿Cómo aplicar esa política social monolítica, gestada en las insulitas del Centre, a una masa de 'cultura española'?
Evidentemente, la respuesta la tenemos ahora mismo: con la imposición de la lengua y de la sociología nacionalistas. Pero con la diferencia de que todas las consecuencias nefastas deberán asumirlas en la Plaça Sant Jaume. 'Madrit' ya no existirá.

Pero es que, al margen de este conflicto larvado, los independentistas tampoco quieren ni oír hablar de lo que puede traer esa independencia en una autonomía con, al menos, un 50 por ciento de castellanohablantes y un 86 por ciento contrarios o como mínimo indiferentes a ese delirio soberanista. No quieren ni pensar en desplazamientos masivos o en la reacción de quienes quieren seguir formando parte de España. ¿Hasta dónde pueden seguir tensando la cuerda? De ahí que se hayan cuidado mucho de plantear estos referendums de opereta con la premisa aparente de una expresión democrática.
Más que a una intervención de 'Madrit', le tienen miedo a la reacción interior. Los cuatro que manejan a los tontos saben que el independentismo es un proyecto de minorías, con un fabuloso respaldo de la oligarquía oficial, pero un proyecto numéricamente muy inferior. Así que una reacción de la masa social no influenciada, no comprada, por pequeña que fuera, siempre sería mayor y pondría en peligro ese proceso de guante blanco que persiguen, esa operación quirúrgica de disección sin complicaciones.

Con lo que no cuentan estos revolucionarios de salón es con los más que probables líderes del constitucionalismo que surjan ante tamaña operación injusta. Es obvio que este escenario, más encendido cuanto mayor sea el 'trágala' y peor la situación económica, derivará en graves problemas de desobediencia civil y en corrientes de fuerza que exigirán un reconocimiento político.
¿Y cuál puede ser esa exigencia? Miremos a nuestro alrededor. En Bosnia Herzegovina, en el avispero de los Balcanes, la realidad es la que es. Después de desangrarse durante una guerra cruel e inútil, Bosnia está dividida administrativamente en dos entidades: la Federación de Bosnia y Herzegovina, y la República Serbia de Bosnia, cada una con una población diferenciada, además del Distrito de Brcko.
No auguro yo una guerra, que es la peor y la más inútil de las salidas, sino que planteo la posibilidad real de dividir Cataluña en dos territorios, uno catalán y el otro español. Y quizás con Barcelona como una Jerusalén de Occidente, repartida entre las dos 'culturas'.
Desde luego que no se trata del escenario óptimo, pero al menos se daría respuesta a los legítimos derechos de las dos poblaciones, ya que no pueden convivir bajo un gobierno que sería manifiestamente nacionalista catalán y que seguiría pisoteando la libertad de los ciudadanos socialmente españoles.

Nadie ha planteado todavía esta opción porque nunca se había llegado a la actual situación de práctica independencia. La renuncia a España por parte de la oligarquía catalana expresada en el Parlament y en el Estatut constituyente, y el azuzamiento y presión en la calle por el asociacionismo subvencionado son, claramente, señal de una nueva etapa y el paso previo a la independencia.
Lo quiera o no la mayoría de la población que aquí vive, Cataluña está abocada a la separación. Por lo tanto, es necesario empezar a plantear la defensión de los derechos de los castellanohablantes, que ya no contarán –ni siquiera teóricamente como ahora– con el respaldo de una Constitución. La presión contra su cultura desde un gobierno radicalizado y entregado a la unificación nacional será brutal. Por ello, considero urgente empezar a trazar un proyecto de autonomía dentro del Estado catalán que no descarte la creación de una entidad territorial independiente, la Cataluña Española.

Hay que ser audaces leyendo en los signos de los tiempos. Ha quedado atrás la defensa de la todavía legalidad constitucional. La Constitución española en Cataluña no existe, no se aplica, como puede comprobarse en una educación con la lengua española como lengua extranjera, en las sanciones a los comercios que rotulan en español o en las continuas vulneraciones por parte de las administraciones, como en el caso de cesión de instalaciones y material a las consultas independentistas.
Hay que ser audaces y olvidar las nostalgias y la teoría. Y preparar ese cuerpo legal que ampare a los catalanes culturalmente españoles en un territorio propio, para evitar el genocidio cultural, los desplazamientos, los traumas sociales de la inminente independencia de Cataluña.

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